PRÁCTICOS DEL DERECHO
Martín Lledó, doctor sin tesis
Este es un blog
escrito por prácticos del derecho. No encontrará aquí el lector estudios
sistemáticos ni trabajos de porte académico. El práctico del derecho es, por
definición, un hombre que trabaja el caso concreto, que aprende a partir de la
casuística. Esta tribuna, por lo tanto, no tiene otra aspiración que compartir
con el lector el conocimiento extraído de nuestro trabajo cotidiano.
Fue Martín Lledó
quien me transmitió el respeto a los prácticos del derecho. Llamado realmente
Martín-Francisco Jiménez Jiménez, doctor sin tesis, como él mismo se presentaba
con su sempiterna socarronería, fue un abogado lorquino de aguda inteligencia.
Tenía una excelente memoria y un atinado sentido común. Estudió Derecho en la Universidad de Murcia
antes de la guerra. Culminó una carrera meteórica, los cinco cursos en tres
años, y “por libre” según contaba con orgullo. Los cursos de doctorado los hizo
en la Universidad Central
de la calle San Bernardo, donde recibió clases de algunos de los más insignes maestros
de la época. Hijo de un oficial de Notaría, en aquel tiempo de doctorando en
Madrid recibió muchas peticiones de abogados de Lorca, y de los propios Notarios,
para estudiar antecedentes de casos en la Real Academia de Jurisprudencia
y Legislación, obteniendo notables éxitos mediante la localización de
sentencias y estudios doctrinales. Eran los tiempos en que ni existía internet,
ni bases de datos informáticas.
Pudo haber sido
juez o notario, quién sabe. El 18 de julio truncó su formación. No pudo
completar su tesis y, llamado a filas por la República , se incorporó
como soldado rojo (así lo contaba él) al Ejército Popular, siendo destinado a
Valencia donde pasó toda la guerra y donde le cogió la Liberación.
Martín Lledó
ejerció una abogacía muy particular. Salvo un breve período como Juez
Municipal, se dedicó casi en exclusiva, toda su vida, a la jurisdicción
voluntaria, materia de la que llegó a ser un consumado especialista.
Empleaba mucho
la expresión “práctico del derecho”. Él mismo se consideraba un práctico. Usaba
ese título con modestia pero sin complejos. De él aprendí a valorar a los
prácticos. Repetía una historia que le tocó vivir: habiendo perdido unos
señores de Lorca un recurso de apelación en la Audiencia Provincial ,
acudieron a él para que les acompañara a Madrid a consultar a un reputado
profesor universitario –me parece recordar que era don Nicolás Pérez Serrano,
pero no puedo asegurarlo-, de cara a interponer recurso de casación. El afamado
jurista les recibió y tras escuchar el problema, les aconsejó no recurrir,
aduciendo que el asunto presentaba un cariz feo desde el punto de vista moral
y, según él les dijo, “el Tribunal Supremo los aspectos morales los considera
mucho”. Salieron de allí cabizbajos camino de la pensión donde se alojaban, y
al llegar a la misma, contaron al conserje el mal resultado de la gestión. El
conserje les sugirió que antes de regresar a su pueblo, le plantearan el asunto
a un abogado del barrio, “que dice la gente que lo gana todo; total no tienen
ustedes nada que perder”. Así lo hicieron y este abogado del vecindario, tras
ponerse en antecedentes y conocer la opinión del reputadísimo profesor, a
carcajadas les soltó: “¿la cuestión moral? ¿el Supremo? ¡pero si el Supremo
primero toma la decisión y luego los fundamentos jurídicos, si hace falta, los
encaja a puñetazos!” (1) El abogado del barrio tomó el caso y lo ganó en
casación. Martín contaba la anécdota con gracejo y entusiasmo, y siempre con la
moraleja del respeto que le tenía a los humildes prácticos del derecho.
Un abogado es un
práctico; pero un práctico que estudia mucho. El abogado es un estudioso que
estudia a salto de mata. A diferencia del profesor universitario, del propio
estudiante de derecho, o del investigador, no aborda las cuestiones en toda su
amplitud ni siguiendo un programa sistemático. Se enfrenta intelectualmente a
un caso particular, con sus singulares facetas, caras y aristas, que precisan
un tratamiento concretísimo. Las limitaciones de tiempo –plazos- y la necesidad
de concretar una respuesta con exigencia de inmediatez, determinan un método de
estudio muy distinto al del universitario. El abogado ha de partir de sus
conocimientos previos, los genéricos que recibió en su formación universitaria,
y los que ha ido adquiriendo a lo largo de su vida profesional. Tales
conocimientos configuran su base de trabajo intelectual; pero a partir de esa
base ha de progresar velozmente, de forma casi intuitiva, en el estudio de
problemas y aspectos muy específicos, a veces necesitados de un examen
microscópico, para alcanzar una respuesta urgente. Así, el abogado se tiene que
centrar en aspectos muy determinados, dentro de los grandes temas de estudio
jurídico. A toda velocidad, sin demasiado tiempo para las generalidades ni
siquiera para las cuestiones colaterales. Y una vez hallada una respuesta,
pasar a otra cosa, a otro caso absolutamente distinto, con otras complejidades…
otro reto de estudio a uña de caballo.
Pues este blog
es eso: la experiencia de unos prácticos del derecho, puesta en común con el
lector, por aquello de “lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis”.
Sirva este afectuoso recuerdo a Martín Lledó, como homenaje a todos los prácticos
del derecho, juristas al fin y al cabo. Prácticos, a mucha honra.
Francisco Artero
Montalván
Abogado
(1) Esta anécdota fue recogida posteriormente por Juan Espinosa Artero en su libro Miguel Espinosa, mi padre: <<"¡El Supremo! ¿A quién engañarán estos jueces? -decía otro escéptico-. Ellos toman primero la resolución, y luego meten los fundamentos de Derecho a puñetazos”.>>
Una gran historia, si señor.
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